El día en que la pasión atravesó a Manuela y Bolívar

Montado en caballo blanco el “héroe de mil y un batallas” marcha sobre la Calle de las siete cruces. El pueblo de Quito aclama al visitante y se desborda en ovaciones. Una corona de rosas y ramas de laurel grande y pesada cae sobre el pecho del general que intenta controlar a su asustado corcel. Al levantar la mirada descubre en un balcón la figura seductora  de una dama ruborizada e improvisa una galante sonrisa para saludarla con el sombrero levantado.

El 16 de junio de 1822 Simón Bolívar entraba triunfante a Quito tras la victoria conseguida en la Batalla de Pichincha por el ejército independentista comandado por el general Antonio José de Sucre. El Libertador tropieza con una  sorprendente  “Caballeresa del sol” y Manuela Sáenz tiene el encuentro soñado con el “Mesías americano” del que tanto había oído hablar. Ese día marcó de manera indeleble la vida de Manuela Sáenz y Simón Bolívar y desvió el trayecto de la historia.

En las calles la noche se desparrama en fuegos artificiales y en el salón de recepciones un aire de fiesta y danza recibe a Bolívar en el “Baile de la victoria”  organizado por las autoridades quiteñas en su honor. El encuentro formal empieza con un cruce de miradas intensas que prende una llamarada entre el general y la bella quiteña. Manuela encara al libertador con sutil coquetería y el militar dispara su artillería de seductor imbatible. -“Su excelencia sabrá disculparme  por el inesperado suceso de esta mañana”. –“Usted, estimada señora, ha incendiado mi corazón con su corona. Si todos mis soldados tuvieran esa puntería, yo habría ganado todas las batallas’”.

Para Bolívar el baile es la mejor manera de preparar estrategias de guerra y de amor. La contradanza muestra al bailarín entrenado en los salones de París y el minué enlaza a la pareja con saludos y posturas galantes. El vals los estrecha con sones de Strauss y cadencias vienesas  dejando que el militar pinte movimientos circulares que le dejan volar con su  pareja sobre el escenario. A mitad de la pieza el ritmo se torna más lento, romántico. Bolívar aprieta con sutileza el talle de la dama y lo atrae hacia su pecho mientras roza con los dedos de la mano derecha la escotada espalda. Manuela se somete, sonríe y suspira. En el tramo final de la pieza vuelven los movimientos circulares con pasos rápidos que desbordan la imaginación y la agilidad de los danzarines. Los invitados aplauden a la radiante pareja. Ellos quisieran un salón privado para entregarse al frenesí que ha surgido en la noche quiteña.

La agenda del libertador no le deja tiempo para actividades personales, pero él está obsesionado con Manuela. Mueve sus habilidades de conquistador y le pide una entrevista privada mientras le susurra al oído: “encuentro apasionado”. Bolívar  instala  su cuartel general en la hacienda El Garzal a donde invita a la dama. Una campiña rebosante de mangos, naranjos, flores y mariposas los acoge. El amor está en el aire y en cada paraje. Dos locos unidos por el sueño de la América libre inician una relación tempestuosa salpicada de sobresaltos. Vuelan en alas del placer, construyen el amor, encadenan sus nombres bajo las sábanas, se abandonan con voluptuosidad.

Bolívar y Manuela sustantivos inextinguibles de la historia de la región. El amor les hizo beber el elixir de la gloria y la pócima de la ruindad, la intriga y la traición. Él, el más grande de los líderes iberoamericanos de la independencia,   protagonista de grandes hazañas guerreras, exquisito cultor de la palabra y amante insigne.  Ella, heroína de la emancipación de Sudamérica, adelantada de su tiempo, pionera de los derechos de la mujer, valiente, rebelde, apasionada.  

Vivieron juntos y separados durante ocho años. Bolívar murió en San Pedro Alejandrino-Colombia acosado por la enfermedad, el desaliento, la frustración, la desolación y las traiciones de sus enemigos. Manuela falleció abandonada en el puerto de Paita-Perú perseguida por la pobreza,  la envidia, las tergiversaciones y  la maledicencia. Su cadáver fue enterrado en una fosa común.  

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