Encuentro con el primer borracho de la historia

En el Museo de Bellas Artes de Besanzón, Francia, se puede ver un lienzo del maestro veneziano Giovanni Bellini que muestra la figura de un hombre de barba blanca tirado sobre el piso.  El hombre está dormido y totalmente desnudo. Un joven le cubre los genitales con una tela y otros dos se agachan tratando de arropar el resto del cuerpo con una manta. El óleo de Bellini es conocido como “La embriaguez de Noé”. 

El ebrio de Bellini es el Noé del Antiguo Testamento, el mismo que construyó una embarcación gigante para proteger del diluvio a su familia y los animales. Después del diluvio Noé se dedicó a  labrar la tierra y sembró una viña. De la cepa obtenía una bebida dulce y jugosa que Noé tomaba  para mitigar su sed. Cierto día el bueno de Noé  consumió un jugo sobrante que estaba guardado. “Es delicioso, me hace sentir  relajado, seguro, eufórico”.  Tomó otra copa y después otra, sin saber que el zumo había fermentado. La euforia devino en sensualidad, le hizo  danzar,  quitarse la ropa e ingerir más bebida que le propinó la primera borrachera de su vida y de la historia. Después de dormir por largas horas despertó aturdido por la resaca.

Noé ha sido censurado de manera injusta por el pecado de descubrir el elixir que ha traído gozos, exaltaciones y desenfrenos a la humanidad.  El personaje del Génesis es solo un inocente libador junto a sus innumerables seguidores como Baco, no tan inocente ni tan santo como Noé.  El dios del vino de la mitología romana aparece en el Museo del Prado de Madrid, en un óleo pintado por  Diego Velásquez,  que lo retrata como un joven atractivo y sensual,  semi desnudo, sentado sobre un tonel. Baco luce en su cabeza una corona de pámpanos de vid, lleva túnica blanca y mantiene los brazos extendidos para coronar a un hombre que ha sido admitido en el círculo de adoradores del vino, que aparece arrodillado en actitud reverencial. La imagen más difundida que ha escogido  el arte para pintar a Baco es aquella que lo muestra  como inspirador de los cultos orgiásticos, conocidos como bacanales, que han hecho correr raudales de vino y desenfreno.

La historia registra legiones de alcohólicos famosos, como el emperador romano Nerón, gran adorador del vino, que mató a su esposa embarazada lanzándole una patada cuando estaba borracho; el compositor ruso  Modest Musorgski que murió a los 42 años por causa de una «epilepsia alcohólica»; el poeta  fundador de la escuela del simbolismo francés Paul Verlaine, a quien el alcohol le hundió en una vida miserable hasta que murió en un hospital acompañado de dos viejas prostitutas. En el presente siglo relucen el cantante mexicano José José que era   secuestrado por el alcohol  durante meses hasta que fue internado en una clínica para salvarle la vida; la actriz y modelo estadounidense Lindsay Lohan a quien el licor  le acarreó numerosos arrestos, comparecencias ante tribunales,  encarcelamientos, procesos de rehabilitación.

Ernest Hemingway, el más célebre de los escritores cautivados por la bebida merece párrafo aparte. Para sacarse fotos junto a la escultura de bronce del novelista muchos de los turistas que recalan en la capital de Cuba toman una calle para peatones, en la Habana Vieja, hasta llegar a  “El Floridita”, un restaurante-bar donde el Nobel de Literatura recibe a los visitantes de pie, apoyado a la barra, invitando a tomar una copa de Daiquiri, su coctel preferido. El autor de “El viejo y el mar” escribió ésta y otras novelas en Cuba acompañado de su inseparable  vaso de whisky. El Hemingway adicto al alcohol, es lo que buscan los turistas que visitan El Floridita. A pocos les interesa indagar  la vida del novelista a quien la depresión lo llevó a desarrollar dependencia por el alcohol y a vivir entre la megalomanía y la melancolía. “La muerte es como una vieja puta en un bar. Le compraré un trago pero no iré al cuarto con ella”. Cuando el escritor entendió que ya no podía escribir, porque no le brotaban las palabras, fue en búsqueda de la vieja ramera, agarró su arma de caza preferida, se sentó en la sala de su casa y apretó el gatillo con el cañón del arma colocado en su boca. Nadie sabe si para el novelista el alcohol fue elixir para saborear la vida, o anestesia para soportarla.

La primera copa de vino siempre será un “placer genial, sensual”. Se empieza diciendo salud, pero se puede terminar brindando en la cama de un hospital.  Y hasta en el cementerio, como lo recuerda la socarrona canción que entonan los bohemios en la provincia española de Navarra: Pobrecitos los borrachos / que están en el camposanto / que Dios los tenga en la gloria / por haber bebido tanto / Los borrachos en el cementerio / dicen salud.

Escultura de Hemingway en La Habana Vieja

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